viernes, 25 de febrero de 2011

No more nice guy.

Se oía a lo lejos el ruido de las palas excavadoras. Un hilo de luz cruzaba la habitación desde la ventana en dirección a la puerta. Apena podía mantener un ojo abierto. El despertador sonaba de forma extraña. Ese sonido me resultaba extrañamente desconocido... ese no era mi despertador. Era sólo uno más. Era sólo una más.

A pesar de haberse convertido en una costumbre, seguía teniendo una sensación insólita, a medio camino entre las nauseas y las mariposas en el estómago. Por mi cabeza pasaba un obrero que no tenía nada mejor que hacer que ponerse a taladrar mi cerebro para atravesarlo de un extremo a otro, tal vez por la resaca, tal vez por el peso de mis actos. En mi mente veía imágenes a las que me costaba ubicar entre el mundo de los sueños y la realidad. Y mientras me preguntaba a quién podría pertenecer el cuerpo que yacía a mi espalda, volvían a mi cabeza recuerdos,  interrogantes sobre lo correcto y lo incorrecto, sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal, sobre lo que debía hacer y lo que no,... sobre el sexo por el sexo.

Me había acostumbrado a que la mejor respuesta a un "buenos días" era un "lo que tu digas", lo cual no resultaba muy encantador. Tampoco intentaba serlo. O parecerlo. Sólo pensaba en salir de allí antes de que llegaran los mimos, las caricias, los arrumacos. Ni la insistencia de una ducha reconfortante, ni la promesa del desayuno perfecto, ni la recompensa del sexo salvaje en ayunas, pudieron convencerme (muy a mi pesar) para que me quedara a pasar la mañana. Ese no era mi papel. Ya no.

Se acabaron las largas horas escuchando problemas, historias, teorías, cuentos chinos. Borré de mis tareas las conversaciones sin final. No más juegos para los que no tengo tiempo de jugar.

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