jueves, 24 de marzo de 2011

A lo lejos

Anochece y sigo delante de mi ordenador mirando al vacío. Viendo mi reflejo en él. Una tarde más de mi sedentaria vida de trabajador a cuenta de las arcas del estado. Una tarde menos para volver al lugar que anhelo con la misma intensidad con la que un niño desea un pastel de chocolate al otro lado de la vitrina.

Uno tras otro van cayendo los emails que recibo. Casi al mismo tiempo, caen en saco roto mis ganas de contestarlos. Las mismas que desaparecieron sin explicación a lo largo de este invierno. Todavía recuerdo el día que leí aquel email y no quise contestar. Mis dedos y mi mente fueron presa fácil de las palabras que leía y repetía en mi cabeza. No conseguía acabar ninguna de mis frases, todas ellas sin sentido, sin coherencia alguna. Perdí la frescura, el aliento, la fuerza para mantener mis ojos abiertos. Ya nada importaba.

¿Cuáles fueron las palabras exactas que consiguieron reducir mi ánimo a polvo? Todavía resuenan en mi cabeza pero me siento incapaz de pronunciarlas, de escribirlas... ya casi ni de pensarlas. Pero están ahí. Y ahí quedarán. No basta con eliminarlas o enviarlas a la papelera. E intento seguir con mi vida desde el punto en el que quedó despojada de toda esencia, desde el momento en el que leí cómo me decías que todo lo que somos y que conocemos no volvería a ser nunca igual.
...a la recaudadora.

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