jueves, 10 de marzo de 2011

Desapareces...

Está ahí. Todavía está ahí. Plantada delante mío, me mira. Yo no dejo de mirarla. Sus ojos parecen haber encontrado la llave a mi locura. Hasta ellos parecen haberme negado la palabra. Su rostro es un libro en blanco, que bien podría contarme un drama o bien una del oeste. Nunca vi en su cara ese gesto. Esa mueca. Esos ojos. Algo no la deja hablar. No la deja respirar. Esta vez estoy seguro que no soy yo apretando su vientre mientras le busco las cosquillas. Deliciosa risa que bien vendría para cortar tanta tensión.

Me encanta como juegas con tus manos. Nerviosa. Pero no ahora. Ahora no es el momento. Es momento de que hables, que me digas eso que parece que va a doler y que no termina de salir. El parto eterno. Es inevitable que termine, como todo lo que empieza, pero no te atreves. Y eso duele más que todo el silencio que me puedas dar. Y desde lo más profundo de mi alma, cual secreto guardado bajo llave para que nunca vea la luz, pienso que vas a desaparecer.

No quise verlo. Lo sabía, pero no me atreví a afrontarlo y ya está aquí. Así que no lo digas. No quiero saberlo tampoco ahora. Nunca lo escuché. Nunca debí haberlo escuchado. Pero el error fue mío. Fui yo el que no lo preguntó y el que ahora se lamenta de ello.

Y te vas, y no lo dices, y pensamos que así dolerá menos. Pero no pienso escribirte. No pienso hablarte. No pienso pensar en nada. Y digo esto porque te quiero. Y porque sé que el vacío que dejas acabará conmigo. Me envolverá en el dulce y confortable manto de la autodestrucción. Me consumirá por siempre jamás.

2 comentarios:

  1. Eres un romántico tío... pero muy buena!!

    ResponderEliminar
  2. todavía espero que me deslumbres con alguno de tus relatos anti-románticos...
    aun así, gracias!

    ResponderEliminar