domingo, 30 de enero de 2011

Una llamada

A veces espero una llamada. No una llamada cualquiera. Sólo una llamada que me saque de mi rutina. Una llamada de viernes. De esas en las que quedas con un grupo de amigos para salir a cenar. Para reírnos de los palurdos con los que te cruzas durante la semana. Comentar sobre la vida privada de algún ausente en la cena, y reírnos de su mala fortuna, puesto que nosotros nunca nos veremos en su situación. Tomar unas copas. Recordar batallitas, puesto que ya nadie se atreve a poner en práctica el dulce y delicado acto del cortejo a una dama. Andar perdido por la calle, de esquina en esquina y con el deposito lleno de cerveza, buscando el coche que nos lleve de vuelta a casa...

Aunque no tiene por qué ser una llamada de viernes. Podría ser una llamada de un día cualquiera entre semana. De esas en las que me proponen cambiar el plan establecido. Saltarme la dieta baja en grasas y salir a cenar fuera. Compartir un refresco con película incluida. O pasar horas dando vueltas a la cucharilla del café mientras hablamos de nuestros secretos durante toda la noche. Perder la noción del tiempo escuchando esos éxitos que tanto nos gustan, o que nos van a gustar. O simplemente desconectar.

Pero hoy esperaba una llamada de sábado. Una de esas en las que me propones hacer locuras. Una llamada gracias a la cual pierdo toda orientación sobre lo que está bien y lo que está mal. Una de esas en las que somos tú y yo. No tú o yo. Y caer hipnotizado por tu voz. Y saciar la sed que me produce la falta de tu aliento durante toda la semana. Y enredar mi mano en tu pelo. Y dibujar tu silueta con la otra mano. E intercambiarlas, y volverlas a cambiar. Y sentir ese fuego que guardas tan ansiosa, tan picarona, sólo para mí. Y sentirte mía...

Y da igual el día que sea, pues sólo espero una llamada. Tu llamada.

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