La música era prácticamente inaudible en aquella cafetería. Los momentos en silencio se habían vuelto cada vez más comunes entre ellos. Casi de puntillas, levantaba la mirada para observarla. Sus dedos recorrían de arriba a abajo todos los bordes de la cucharita del café, pero su gesto era inmutable, firme. En parte él esperaba que la llama muerta de su relación se reavivara y la hiciera saltar de la silla a sus brazos, pero ese tren pasó hacía mucho tiempo ya y sólo les quedaba aguantar y soportar ese rostro torcido y desaliñado por las mañanas, el uno del otro, día tras día, hasta la llegada del sueño eterno.
Ambos se habían contagiado del tiempo mientras envejecían.
No hay comentarios:
Publicar un comentario